Alma indivisible en el Todo, pero también, individual en si misma; drama eterno de la humanidad que tiene instintos terrenos pero que - así mismo - siente bullir en su centro lo divino. Mujer de inaudito valor, Cecilia se lanza con el alma desnuda a proclamar sus verdades, a decirnos a todos cuánto nos duele la vida. No escatima con pudores falsos mostrar al mundo que a veces... sólo a veces cuestiona al Dios mismo.
“Ya sabemos que el tigre se comió al venado / en presencia del gran Dios”. Cuestiona como lo hacemos todos repudiando la injusticia, pero que no lo decimos.
Aquellos de nosotros que ha mucho caminamos por senderos de búsqueda, que nos place recorrer las rutas escarpadas de nuestro propio interior, que cegamos los sentidos por llegar hasta el alma, tocarla, sentirla, fundirnos con ella y beber de su sabiduría aunque sea un instante, nos hermanamos con la autora de "Oh, Kempis!".
Vemos por sus ojos y escuchamos su palpitar, contemplamos el centelleo de sus átomos en cada palabra, en cada estrofa y vemos cuán elusivo - igual que los mismos átomos que nos dan identidad universal - es el conocimiento de que somos estrella, viento, sol, mar, galaxia, pero también y al mismo tiempo somos dolientes personas arrastradas por el mundo con la carga de egoísmos, de penas, de efímeros placeres, cuyos egos se estrellan entre sí maltratándose y sintiéndose enemigos sin reconocer siquiera que fuimos engendrados por la misma sustancia y por el mismo Padre.
Oh, Kempis! devela estos misterios, nos dice claramente - como ya lo han probado los estudiosos de Cosmos - que todos somos Uno, hechos de igual sustancia, sustancia sideral, cósmica, eterna.
Y es que Cecilia Zevallos deja correr por su pluma los mensajes que recibe por una línea directa, hecha de información y energía, de neutrones y neutrinos que invisibles a la vista por su rápido vibrar son captados por el alma hecha de igual material y entregados - cual mensaje electrónico - a su propio consciente para que ella, la mujer hecha de carne y de sangre los convierta en poemas y los entregue al mundo.
“Oh, Dios omnipotente! // qué mente diabólica se interpuso/ entre tu obra creadora y su cosecha? // Cuál el experimento y la fórmula / que hizo la ecuación errada?
“Oh, Dios omnipotente! // qué mente diabólica se interpuso/ entre tu obra creadora y su cosecha? // Cuál el experimento y la fórmula / que hizo la ecuación errada?
Tácito reconocimiento de que la obra de la Inteligencia suprema -Dios - es perfecta, mas, fue desviada hacia lo errado. Pero entendamos, somos nosotros libres y soberanos en nuestro reino quienes así malogramos la obra suprema, lejos de reconocernos partículas del todo, gota salina que el océano forma cuando se junta a millares, átomos viajeros que erramos de cuerpo en cuerpo, de galaxia en galaxia, necios que somos, buscamos la distancia entre lo tuyo y lo mío cuando ya nos lo dijeron, todos somos hermanos hijos de Padre común.
Pero he aquí! Cecilia se contesta: “somos el viento, el mar, la selva . . .” Ella lo sabe. Lo sabe ya, en su más íntimo rincón brilla la Verdad Infinita: sólo necesitamos identificarnos con lo nuestro y realmente será nuestro y no mendigaremos. Cecilia lo sabe y lo dice, pero no la comprendemos.
¡Oh, Kempis! difícil estructura poética que muestra al ser humana arrasado por el vendaval de sus pasiones pero traspasando la factura de sus múltiples desvíos a la Vida, al azar. Aún no ha comprendido que es el amo y no el esclavo. Humano que se cubre con caretas para mostrar mil caras, mil facetas, ropajes varios; pero Cecilia lo dice. Sí, lo dice claramente. Nosotros somos ése y todos. Valientes y cobardes; ignorantes y sabios; pródigos y mezquinos; luz y sombra. Seres completos en sí mismos. Por qué no aceptarnos si así fuimos creados? El equilibrio es ése.
Se expone al mundo sin caretas para que en ella nos veamos nosotros en el supremo y más audaz reconocimiento de que Yo soy el otro; Yo soy tú, él y nosotros; gotas de rocío cuántico reflejadas simultáneamente, unos en otros, así, imbricados entre hilos cósmicos, tratando de hallar en lo profundo aquella semejanza que ya Cristo proclamó en su Evangelio cuando dijo: Dioses sois!
Por eso el problema vital que plantea Oh, Kempis! es tan atemporal como nosotros mismos, pero nadie acepta que no existe el pasado, el futuro no es, que vivimos en un eterno ahora donde yace el potencial del ayer y del mañana, así, tomados de las manos.
Este es el mérito de Oh, Kempis! que nos muestra conceptos metafísicos y cuánticos como que no pasa nada para que no sobresalten nuestra mente que duerme en el acomodaticio lecho de la conformista rutina.
Tampoco es de extrañarnos ante los saltos de siglos. Kempis, el verdadero; Amado Nervo, Cecilia Zevallos deslumbrados por las revelaciones que Dios mismo les hizo, no pudieron guardarlas y las dieron al mundo cada uno en su estilo.
Presagio que esta alma - que es individual y universal, tal como lo somos todos - que el mundo llama Cecilia Zevallos, dará ese salto cuántico hermoso y bello en su imprevisibilidad y nos regalará con una obra de mayor envergadura.
Nancy Petroni A.
¡OH, KEMPIS! (it.)
Lontana dalla versificazione, la rima, l’arte della metrica, che deve essere giudicata dagli esperti, Oh Kempis! Per me, è lo sforzo eroico di un’anima che cerca la sua propria origine; eterna, immutabile, nata dall’unica presenza e grande intelligenza dell’Uno e Tutto; ma allo stesso tempo si scinde.
L’anima indivisibile de Tutto, ma allo stesso tempo anche individuale a se stessa; dramma eterno dell’umanità dagli istinti terreni che, nonostante tutto, si sente fremere nel suo cento il divino.
Nancy Petroni A.
Médica - Escritora
Lontana dalla versificazione, la rima, l’arte della metrica, che deve essere giudicata dagli esperti, Oh Kempis! Per me, è lo sforzo eroico di un’anima che cerca la sua propria origine; eterna, immutabile, nata dall’unica presenza e grande intelligenza dell’Uno e Tutto; ma allo stesso tempo si scinde.
L’anima indivisibile de Tutto, ma allo stesso tempo anche individuale a se stessa; dramma eterno dell’umanità dagli istinti terreni che, nonostante tutto, si sente fremere nel suo cento il divino.
Questa è la disperazione di Cecilia Zevallos che, sentendo le sue umane passioni, la sua schiavitù all’ego che soffre, piange, ansima e ha paura, invidia e rifiuto; nei momenti sacri, in un istante infinitesimale è vista come lo è dal suo Creatore, pura, nobile, potente; ma non può prendere questa immagine e conciliarla con la sua vita fatta di carne ed ossa ed è qui, che il sublime conflitto nasce, nel grido versificato che è “Oh, Kempis!”
Donna di inaudito coraggio, Cecilia si lancia anima e corpo a proclamare le sue verità, a dirci quanto fa male la vita. Non ci illude con falsi pudori mostrando un mondo che, alle volte…solo discute con Dio.
“Sappiamo che la tigre si mangiò il cervo/in presenza del Grande Dio”. Discute come facciamo tutti ripudiando le ingiustizie.
Siamo alla ricerca, inseguiamo la via del nostro interiore, che ci acceca i sentimenti per arrivare fino all’anima, toccarla, sentirla, fonderci con essa e bere della sua saggezza anche fosse per un solo istante, ci aggreghiamo all’autrice di “Oh, Kempis”; vediamo attraverso i suoi occhi ed ascoltiamo il suo palpitare, contempliamo il centellinare dell’atomo in ogni sua parola, ogni sua strofa e vediamo quanto elusiva, esattamente come gli atomi dell’Universo, è la consapevolezza che siamo stelle, vento, sole, mare, galassia, ma anche, al tempo stesso una persona triste che si trascina per il mondo con il suo carico di egoismo, pene, effimeri piaceri, il quale ego scoppia dentro fino a maltrattarci e facendoci sentire nemici, senza riconoscere nemmeno che siamo stati generato dalla stessa sostanza e dallo stesso Padre.
“Oh, Kempis!” rivela i misteri, ci dice chiaramente, come già lo avevano studiato gli esperti del Cosmo, che tutti siamo uni, fatti della medesima sostanza, sostanza siderale, cosmica, eterna.
Cecilia Zevallos lascia correre i messaggi che riceve e li scrive con la tua penna direttamente, messaggi di informazione ed energia, neutroni e neuroni che sono invisibili alla vista ma vibrano catturati dall’anima fatta dallo stesso materiale e provvisti, come messaggio elettronico, di un suo cosciente allo scopo di dare a lei, donna in carne e sangue, la possibilità di convertirli in poema, consegnandoli al mondo.
Vedo tutto questo in “Oh, Kempis!” e sento che per l’autrice quest’opera rappresenti un gradino verso la sua ascesa all’infinito. Lo sento nascosto tra i versi, nascosto in parole, camuffato di emozioni dolorose, piene comunque di speranza. E’ solo un modo di dire “Siamo marionette del destino” perché la realtà stabilisce che siamo artefici del destino; chi ci crea e ci ricrea in ogni momento ci ha dato il libero arbitrio e la nostra libertà ci porta a scegliere determinati cammini, ci lascia decidere con chi o con cosa farci accompagnare, cioè, tutta quella ricchezza con il quale l’Universo ci circonda, sceglieremo il piacere o il dolore, il molto o il poco, l’opzione che ci appartiene e così lo riconosce subito, anche se non lo avverte, Cecilia Zevallos nella sua opera quando dice:
“Oh Dio onnipotente// quale mente diabolica si intromise/ tra la tua opera creatrice ed il tuo raccolto?// Quale esperimento e formula/ fece l’equazione errata?
Riconoscimento tacito che l’opera dell’Intelligenza Suprema – Dio – è perfetta, ma deviata verso l’errore.
Capiamoci, siamo noi liberi e sovrani del nostro regno, dell’opera suprema, lontani dal riconoscerci particelle di un tutto, goccia salata che l’oceano forma quando si unisce a milioni di altre, atomi viaggiatori erranti da corpo a corpo, da galassia a galassia, cerchiamo la distanza tra di noi ma alla fine siamo tutti figli di un padre comune.
Ma qui, Cecilia contesta “siamo il vento, il mare, il bosco” Lei lo sa. Già sa che nel suo più intimo angolo dell’anima brilla la Verità Infinita: abbiamo solo bisogno di trovare un’identità con noi stessi e realmente la verità sarà nostra e non la mendicheremo. Cecilia lo sa e lo dice, ma non la capiamo.
Oh, Kempis! Difficile struttura poetica che mostra all’essere umano distrutto dagli impeti delle sue passioni ma lasciando che si svaghi tra la vita ed il destino. Ancora non capisce di essere il padrone, non lo schiavo. Umano che si traveste per mostrare i mille volti, le mille sfaccettature, i mille vestiari; ma Cecilia lo dice e lo dice chiaramente. Noi siamo ciò e tutto, coraggiosi e codardi, ignoranti e saggi, prodighi e meschini, luce ed ombra. Esseri completi a loro stessi. Perché non accettarsi per così come si è? Questo è l’equilibrio.
Bisogna amare molto per dare molto e Oh, Kempis! e Cecilia lo fanno. Lo da ai suoi figlie e figlie con il profondo dolore di un amore vero. Lei stessa si offre, nella sua pienezza, con errori e fallimenti, con sviste, frustrazioni e i resti dei suoi sogni, ma si da allo stesso modo sincera, luminosa, vera nel sentire e nel dire.
Si mostra al mondo senza maschere allo scopo di vedere in lei noi stessi nel supremo e più audace riconoscimento dell’Io Sono e l’altro. Io sono te, lui e noi; gocce di rugiada riflessa simultaneamente, uno nell’altro, intrecciati in fili cosmici, cercando di trovare nel profondo quella somiglianza che Cristo già proclamò nel Vangelo quando disse. “Siete Dio!”.
Per questo il problema vitale che si incontra in Oh, Kempis, è tanto fuori dal tempo come noi stessi, ma nessuno accetta e dice che il passato non esiste, che non c’è futuro, ma viviamo in un eterno dover giace la potenza di ieri, di domani, così.
Questo è il merito di Oh, Kempis che ci mostra concetti metafisici e quantici come se non fosse successo niente dato che la nostra mente si adegua nella quotidianità conformista.
Non serve nemmeno avere nostalgia davanti al passare dei secoli. Kempis, il vero; Amado Nervo, Cecilia Zevallos accecati dalle rivelazioni che gli fece Dio stesso, non poterono conservarle e le diedero al mondo, ognuno nel suo stile.
Presagio di quest’anima, individuale ed universale tanto quando lo siamo tutti, che il mondo chiama Cecilia Zevallos, farà questo salto quantico bellissimo nella sua imprevedibilità e ci regalerà un’opera di maggior importanza.
Nancy Petroni A.
Docteur - Escritora
Manabí-Ecuador.
9 de noviembre 2004
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Mil gracias querida doctora, usted tiene una visión metafísica, científica, dirigida a la física cuántica, a través de la cual, ha estudiado a profundidad mi obra. Quedo reconocida de sus, generosas, palabras y espero se cumpla el pronóstico vertido en su texto.
ResponderEliminarUn abrazo redondo